
En la relación con mis obras, parto del silencio. Mis obras muchas veces tienen autonomía. Generan una puja, entre el deseo de lo estético con el concepto y las variadas e imprevisibles demandas ideológicas. Esos momentos no son conflictivos, son los que permiten abarcar en tiempos de producción, variantes y enfoques más amplios y firmes, una incentivación a los sentidos, alertarlos y sostenerlos dispuestos a la convivencia conmigo y los momentos creativos. En relación con el contenido y mensaje de mis obras, hablo de la condición humana, sin humanos, solo sus creaciones de hábitat y convivencia, un mundo distinto al real, pero se nutre de la realidad. El silencio, la voz olvidada, no registrada, el abandono junto al desplazamiento y distribución de las desigualdades. Esas soledades son contados desde las estructuras que el hombre genera en su necesidad de dominar al otro, para controlarlos mejor, espacios para disciplinarlos, someterlos, manipularlos para sostener su poder.
La no utilización de la imagen del hombre y la mujer en mis obras me demanda mucha carga interpretativa, que se refleja como variante conceptual en la necesidad del relato seriado, como páginas y capítulos del mismo libro.
Nunca pinté para gustar al otro, ni tuve la presión ni la dependencia de una crítica. Esa autonomía, me permite llenar mi espacio de hechos culturales y artísticos, ocupar e incorporar a mis tiempos necesidades personales y proyectos propios y públicos.
Hablo del silencio, pero no lo ejerzo, siempre supe gritar, mis ojos siempre supieron opinar, mis manos saben tanto de tirar piedras como de repartir caricias.
Hablo de la soledad pero mi mundo está lleno de encuentros, sonrisas, sueños y me subyuga el amor como plataforma de todo.