
¿Qué me inspira a crear?
Me inspira la necesidad vital de expresar lo que me atraviesa: emociones profundas, duelos, amores y esperanzas. Pinto desde el alma, pero no solo para mí: busco que el arte conmueva, despierte, interpele. Me duele la destrucción de la naturaleza, la amenaza de guerras absurdas, el olvido de lo esencial. Mi amor por la vida —por el agua, los árboles, los animales, los vínculos humanos— se plasma en cada trazo. Pinto porque necesito decir lo que a veces no se puede decir con palabras. Y porque creo que el arte puede ser un grito, una caricia o un llamado de atención. Pinto para no callar.
¿Cómo describirías tu estilo y cómo llegaste a él?
Definiría mi estilo como una abstracción emocional con raíces en lo figurativo. Comencé con una necesidad visceral de dibujar la figura humana, impulsada por el deseo de plasmar un rostro amado: el de mi hija, cuya ausencia no podía ser colmada por fotografías. Durante años me formé en talleres de dibujo del natural y pintura figurativa, hasta que sentí que había logrado, al menos en parte, ese propósito inicial. Pero con el tiempo, surgió una necesidad más profunda: expresar no solo la forma, sino la emoción, la memoria, el dolor, la esperanza. Así llegué a la pintura abstracta, un lenguaje más libre y esencial, donde puedo transmitir mi amor por la naturaleza, mi angustia ante las amenazas que enfrenta la humanidad, y mi compromiso con la vida.
¿Qué buscas que el público sienta o piense cuando se enfrente a tu obra?
“No busco que el público sienta o piense algo determinado, sino más bien que se deje afectar. Que se permita una pausa, una resonancia interna. Mi obra no ofrece respuestas, sino que abre preguntas. Invita a un diálogo íntimo, muchas veces silencioso, entre la materia, la imagen y la experiencia de quien mira. Si algo deseo, es que cada persona encuentre en lo que ve algo propio, algo que no estaba antes o que necesitaba ser nombrado sin palabras.”
¿Hubo algún momento que marcó tu camino como artista?
Mi camino como artista estuvo siempre latente, como un hilo silencioso que tejía mis días desde la infancia, rodeada de libros, de imágenes, de sensibilidad. Acompañé a muchos en su búsqueda, incluso desde mi rol de médica, donde también se cultiva una forma de arte: la de escuchar, la de sostener. Pero hubo un momento decisivo, un quiebre. Un instante en que el dolor se volvió demasiado grande para contenerlo en palabras. Entonces, comencé a buscar un rostro —el rostro que habitaba mi memoria— y descubrí que la pintura podía acercarme a él, más que cualquier fotografía. Así nació mi impulso creador más profundo: de la necesidad de transformar el dolor en algo que no asfixiara, en una forma de amor que pudiera compartirse. Con el tiempo, el arte abstracto me ofreció un lenguaje donde las emociones encuentran su cauce sin necesidad de explicarse. Desde entonces, pintar es para mí una forma de seguir viviendo.”